Rendirse no siempre está mal. Saber parar. Ponerle un alto a lo que nos hace mal, a lo que estorba, no suma y desgasta. Rendirse no siempre es perder, a veces es ganar.
“Yo no sé nada, lo suelto, lo dejo”, es mi mantra contra la arrogancia o la tentación de aferrarse a algo.
Me refiero a rendirse en el sentido de ser selectivos, enfocarse en lo prioritario y decir no sin pena ni culpa; ponerse límites, frenarse para no querer correr antes de caminar, aceptar nuestro nivel de consciencia y no siempre tener la razón; nuestro estado actual, posibilidades, necesidades, urgencias, gustos, intereses, objetivos, capacidad, tiempo, saber dónde poner la atención y no dispersarse, desbordarse o saturarse.
Qué bueno es saber soltar y rendirse para darle espacio a lo que realmente nos compete, lo que realmente necesitamos en cierto momento. Rendirse para detectarlo y no forzar a que pasen las cosas, sino dejar que solas pasen las cosas que tienen que pasar y no ponerse en contra de una situación solo porque aparenta ser difícil.
“Nadar a través y no sobre ella”, como dicen los peces en Buscando a Nemo, es decir, aventarse a experimentar lo complejo cuando toca tu puerta. Comprenderlo, desenredar los nudos para tejer con los hilos nuevas vivencias y no siempre sacarle la vuelta.
No se trata sólo de rendirse, sino de saber rendirse. Elegir bien tus batallas, pues batallas siempre va a haber.
Saber surcar los mares que cada luna nos presenta, en vez de huir o gritarle a las olas y frustrarse por no recibir esa carta en la botella que tanto esperabas, sino agradecer la simple brisa del mar, la posibilidad de tirarse y jugar con la arena, encontrarse una concha, lo que sea.
Curiosamente no solemos recibir algo que no nos pueda servir, ni caer en situaciones para las que no estamos preparados, cada paso a su tiempo y cada tiempo a su paso.
En caso de que tengamos algo que ya no nos sirve, también es importante dejar ir, saber canalizarlo, sea un objeto, un espacio, una fracción de tiempo, una persona, un recuerdo o emoción. Y cambiar el “¿por qué a mí?”, por el “¿para qué?”.
Soltar, pues con el ir y venir de las olas, así como el ritmo de la respiración, en la medida que te entregas se te dará; en la forma y cantidad que des, recibirás, pero primero, hay que saber rendirse. No exigir a la vida, no pelearse con el viento, pero tampoco dejar de soñar.
Rendirse a la marea, caer de rodillas, mirar hacia arriba y abrir tu corazón al cambio.
Qué grandiosa sensación es cuando te dejas caer hacia adelante y dejas que el mar te sostenga, que las olas te revuelquen para apreciar también lo inesperado y dejar que el agua choque contigo para despertarte y recordarte que estás vivo.
Si todo el tiempo nos abrazamos, no podemos abrir los brazos a la vida; perderíamos todos los esfuerzos y nos desgastaríamos en nosotros o nos hundiríamos en nuestra propia ambición. También hay que dejar que la vida nos abrace.
De hecho, el verdadero mensaje del cristianismo sobre rendirse ante el señor no se refiere a someterse a un padre todopoderoso, sino a rendirse ante la existencia misma, y no luchar contra nuestra propia naturaleza. El fiat voluntas tua o hágase tu voluntad que nos libera.
No se trata de dejar de actuar, sino de aceptar y moverse en balance con nuestro proceso.
Rendirse a la existencia es abrirse a la inmensidad de la vida y fluir con sus ciclos. Como en las olas, como en el mar.
“Cuando sientes que nada te falta, el mundo entero es tuyo” - Lao Tse
Cuando no intentas poseer, más puedes atraer. Cuanto menos deseas más libre puedes ser.
Ríndete a la existencia y mira cómo te habita. El tiempo puede estar a tu favor, si tal vez por dentro dejas de correr. Todo se alinea. Y de pronto las estrellas ya no parecen estar tan lejos, lo bonito pasa más lento y lo triste es sólo un reflejo.
Lo inalcanzable cambia de perspectiva… porque le has dejado de gritar que venga y ahora en vez de ahuyentarse, vuelve más pronto que tarde.
Antes de aprender a volar, hay que conocer tus raíces, tener los pies sobre la tierra y aceptar tu realidad, para crecer con la cadencia de la naturaleza.
Ríndete de toda resistencia y todo lo que te absorbe la vitalidad.
“No puede someter a un río a la fuerza. Debe rendirse a la corriente y usar su poder como propio”, dice la maestra en Dr. Strange.
Ríndete como los yoguis en shavasanna al terminar su práctica de yoga, o quien se decide a meditar en medio de un sinfín de pendientes y el caos del mundo terrenal.
No estoy hablando de una pasividad total, y sólo permitir que las cosas pasen sin rumbo fijo, sino de saber cuándo es el mejor momento para actuar. Saber usar tu energía, con suavidad, con compasión hacia ti, sin exigirte ni desvivirte; sin tomar decisiones por impulso que terminan por crear un entorno insostenible.
Enfócate en sostenerte y darle prioridad a lo que te sostiene; en fluir con el ritmo y darle ritmo a tu fluidez. Rendirse también es aceptar esa falta de control sobre lo que no somos. Y por eso a veces, solo basta con ser.
Para despegar y moverte con la libertad y ligereza de una mariposa… en este mundo, hay que dejarse llevar.
Hay que saber rendirse.
-Con cariño, Jessy.
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Miles de personas nacen al salir el sol, miles mueren al anochecer. Mientras otros miles miran el reloj para ver cuánto tiempo les falta, otros se fijan en cuánto les sobra. Mientras otros miles trabajan a más no poder, otros tantos regresan a sus casas después de una larga jornada. Autos van y vienen, personas salen de sus casas a toda prisa, mientras …
Qué forma tan hermosa y serena de recordarnos que rendirse no siempre es perder, a veces es cuidarse.
Me quedo especialmente con la imagen de dejarse caer hacia adelante y permitir que el mar te sostenga…
esa es una rendición valiente, la que nace desde el alma cansada, pero dispuesta.
Gracias por escribirlo así, con calma, con verdad, con esa suavidad que no evade el dolor, pero lo escucha.
Un abrazo desde esta orilla.